De las estupideces propias y las ajenas

Claro, no es como la historia de la cámara, aquella es mucho más trágica y por lo menos tiene algo de historia. Ahora soy yo y mi maldito aparatejo del que no me despegaba ni un segundo. Más que para bailar, claro, en un bar lleno de gente. Dejarlo sobre la mesa es de esas cosas que uno hace sólo porque confía mucho en la gente. Juro que no hay otra razón. Bueno, la imprudencia, esa es otra razón. Y seguro si le pienso bien encuentro muchas más, pero es que es más bonito que me pasen cosas malas cuando la culpa no es mía, porque cuando sí lo es, como hoy, y como el día que rompí mi cámara, en realidad no hay mucho qué hacer más que callarse, aguantarse y pensar en que los objetos son objetos y van y vienen y no se quedan y todas esas cosas que cuesta trabajo hacer, pensar y decidir.
Carajo, esto se parece tanto a my usual rant que podría no haber perdido nada y habría escrito lo mismo.

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