Llevo tres horas esperando a que lleguen unas visitas viajantes que necesitan un crash en mi casa. Mientras, hago como que trabajo y me quedo mirando a la pantalla como autista. Llevo horas así, lo juro.
En estos días decidí algunas cosas: que ya no me queda tiempo aquí y que en vez de sulkear al respecto voy a disfrutar mi casa. Me encanta mi casa. Esa es otra decisión. Así que me dedicaré en estos meses a invitar gente y observarlos mientras disfrutan de mi casa. Porque se disfruta. Aun cuando hace calor. Aun cuando, en las fiestas, la gente se apelmaza en el pequeño espacio de la cocina. Aun cuando esté llena de hormigas y otras alimañas.
Y luego está el pueblo. Maldito pueblo romántico. Las nubes, el atardecer, los músicos callejeros (lugar común 1, lugar común 2, lugar común 3). Y hoy ni siquiera hubo blues dominical, todo por la espera de las vistas, yo creo. Sigo en ropa de salir porque tengo la esperanza de que lleguen todavía y quieran ir a tomar algo. Entonces mi domingo sigue, ya fue larguísimo y sigue sin terminar.

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