Ola Lisboa
A veces, para poner a prueba mis nervios y todo lo que he aprendido, me mudo de ciudad.
Antier me mudé a Lisboa y el taxista que me trajo del aeropuerto a la nueva casa no sabía el camino y me dio un mapa para que lo orientara. Para que lo orientara YO. Encontré la calle y lo guié. Yo hablaba en español y él en portugués. El taxímetro giraba y giraba y yo terminé pagando su ignorancia.
Es verdad que empezar aquí no es tan extremo. Después de todo es la cuarta vez que lo hago en estos dos años. La ciudad es tan bonita que me llena los ojos de agüita, cuando me acerco al río siento por un momento que estoy en Veracruz y en los restaurantes dan papas fritas con casi todo.
La llegada a la nueva casa me espantó. Comparado con Via San Salvatore este lugar parece el patio trasero de un hospital. De hecho no, el lugar parece el patio trasero de un hospital aun y cuando no lo compare con via San Salvatore, pero tiene pequeñas cosas que me hacen sentir muy feliz como un balcón en mi cuarto desde donde puedo ver miles ventanas de los otros edificios y donde la gente se asoma, cuelga ropa, habla y empieza a prender la luz como a las 7 de la noche.
Bergamo y via San Salvatore se quedaron atrás. Es extraño estar aquí tan de repente; me enoja ser una deficiente lingüística y no saber ni siquiera cómo pedir un vaso de agua. También siento que extraño mi departamento y la pequeña rutina que ya me estaba haciendo, porque en estos días me siento con ganas de tener una rutina y de comprar un tapete. Lo tonto es que el querer tener una rutina y querer comprar un tapete son solo metáforas que uso para encontrar pelos en la sopa de mi vida.
De seguro la rutina llegará y me compraré un tapete. Y luego nada.
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