my usual rant

Hoy me desperté con una nostalgia enorme. Nostalgia por oír ruidos conocidos y oler aromas que se huelen de mañana en Puebla. Nostalgia por comer una torta de tamal. Nostalgia y extrañamiento, ganas de hablar español y de no oír los tonos altos del italiano. Nostalgia y un poco de enojo. En nada me ayudó leer a las seis de la mañana un cuento tristísimo de Carlos Fuentes sobre mujeres que trabajan en las maquilas de Ciudad Juárez. La miseria de la historia me dio más nostalgia y me sentí muy mal; luego me volví a dormir y soñé que tenía el pelo largo otra vez, pero esta vez era más negro que nunca y me gustaba llevarlo suelto, como la protagonista de otro cuento de La Frontera de Cristal.
La nostalgia se quedó todo el día. Me enojé por haber decidido tomar el curso de historia de América Latina – ¿qué hace América Latina en las caras de las niñas italianas, compungidas, deseosas por ir a Chile y ser voluntarias en Guatemala? ¿Qué hago yo aquí, estudiando lo que nunca estudié allá, con la geografía cambiada y las ganas de estar en otra parte? ¿Qué hago leyendo a Carlos Fuentes con la misma cara compungida y con ganas de que la nostalgia se quede un poco más, sólo porque me hace falta para sentirme más yo, o más allá que acá?
Hoy mi nostalgia me enojó porque no me dejó oír las campanas de la mañana ni disfrutar los primeros ensayos de los estudiantes de música que son ahora mis vecinos. Hoy mi nostalgia me despertó temprano y me puso a pensar en mí, dividida en pedacitos que a veces embonan muy bien y se reconocen entre sí y que otras veces se caen por todas partes, en un desorden que me confunde y me vuelve insegura y callada. Hoy la nostalgia no me dejó pensar en otro idioma y no me dejó sonreír.
Hoy comí lentejas y sigo viviendo de prestado porque mi beca todavía no llega.

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