Restos

Venía de regreso de Chiapas en un GL nocturno, con el aire acondicionado fuertísimo y los restos de una mala película maldoblada al español. La policía migratoria (creo que así se llama) detuvo el autobús dos veces, solo para subirse y revisarnos como a ganado y para acosar las dos veces a la misma persona: un chavo de obvia apariencia indígena al que eventualmente bajaron del camión y se llevaron. Lo cuestionaron en español y tzotzil (lengua que él decía no conocer) le preguntaron de dónde venía y donde iba y él no pudo responder, como tampoco pudo decirle al policía cómo se decía mujer en tzotzil, ni dónde estaba el pueblo de Veracruz de donde decía ser.
La primera vez que inspeccionaron íbamos por las Choapas, ahí lo bajaron, le gritaron y lo sarandearon. La segunda vez, ya casi llegando al puerto, lo volvieron a bajar, le gritaron, lo sarandearon, hicieron que bajara sus cosas (que tenía en una bolsa de plástico) y se lo llevaron.
Y yo no dije nada
No hice nada ni pregunté nada. Me enojé y me dio miedo y me entrstecí muchísimo pero me quedé callada, como todos los demás que ibamos en el camión, muerta de coraje viendo cómo se hacía lo que se hace siempre, pero callada, por miedo o por no saber qué hacer.
Y así pasa diario, seguro que desde siempre, de noche o de día y sin que nadie diga nada, ni siquiera los que como yo se enojan y se entristecen muchísimo porque en este país se hagan tantas porquerías.

Comentarios

Iba a escribir algo y me quedé con las palabras a medio camino.

Aterrados y enojados... no sé por qué el binomio se me queda sonando en la cabeza...
Anónimo dijo…
el silencio, tremendo mal, pero no te culpo, nos han metido tanto miedo, que preferimos callar

Entradas más populares de este blog

Diez años

El miedo no anda en burro