x a l a p a
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Cuando vienes a a Xalapa a ver a tu familia te encuentras con que tus papás parecen estar esperando únicamente a que llegues. La comida es especialmente hecha, y la chava que la prepara hace comentarios del siguiente corte (siempre): "a tu mamá se le ilumina la cara cada vez que sabe que vienes".
Tu casa es linda, pero tu ya no vives ahí: tu cuarto está semi-usurpado por tu hermano (pobre, el suyo está semi-usurpado por tu otro hermano); las cosas funcionan sin tí y tú solo vienes a eso, a ver a tus papás, a pasar un poco de tiempo con ellos, a ver si puedes sacar a flote esa relación que, ok, no va tan mal, pero la verdad es que tampoco va bien.
Ese poquito tiempo (dos, tres, a veces, muy generosamente, hasta cuatro días) se pasan rapidísimo, te medio acostumbras a abrir un refri lleno, empiezas a platicar más con tu mamá, a sacar ropa -muy limpia- del closet y ya no de la maleta y a ser otra vez la hija. De hecho, te dedicas a ser otra vez la hija y únicamente eso. No vas a ningun lado sin tus papás, para no gastarte el tiempo que por alguna razón sientes que les debes. Culpa, culpa, culpa... esa voz en tu cabeza siempre llega cuando estás por acá. Aunque no es sólo eso, al final de esos pocos días empiezas a sentir la nostalgia, las ganas de quedarte, sobre todo ahora que estas visitas tienen fecha de caducidad y sobre todo ahora que procuras ser tolerante, porque tienes miedo de dejar todo mal puesto, y porque no quieres irte sin que sepan quién eres, cómo eres, y sobre todo porque no quieres irte sin tú saber quiénes son, cómo son.
Invariablemente te vas. Te empiezan a picar los pies porque tu vida está allá, tu Androleja está allá, tu trabajo, tus gatos, tu libertad están allá. Tu ser no sólo la hija, sino Lola, Elsa, la Ingeniera, la que no necesita todo esto. Y sobre todo, la que quiere probarle a sus papás que no necesitas estar tan cerca para quererlos, que puedes hacer cosas sola y que estás un poco cansada de lavar culpas, aunque ellos ni siquiera sepan que esas culpas existen y aunque aún desde allá, lejos (aunque no tanto), las sigues lavando.
Xalapa sigue ahí: lindísima, húmeda, con cosas que hacer y lugares a dónde ir. Un poco idealizada y también un poquito olvidada; de donde eres y de donde nunca has sido realmente. Te hace sentir bien venir, te hace saber que aquí puedes estar, aunque no puedas.
Cuando vienes a a Xalapa a ver a tu familia te encuentras con que tus papás parecen estar esperando únicamente a que llegues. La comida es especialmente hecha, y la chava que la prepara hace comentarios del siguiente corte (siempre): "a tu mamá se le ilumina la cara cada vez que sabe que vienes".
Tu casa es linda, pero tu ya no vives ahí: tu cuarto está semi-usurpado por tu hermano (pobre, el suyo está semi-usurpado por tu otro hermano); las cosas funcionan sin tí y tú solo vienes a eso, a ver a tus papás, a pasar un poco de tiempo con ellos, a ver si puedes sacar a flote esa relación que, ok, no va tan mal, pero la verdad es que tampoco va bien.
Ese poquito tiempo (dos, tres, a veces, muy generosamente, hasta cuatro días) se pasan rapidísimo, te medio acostumbras a abrir un refri lleno, empiezas a platicar más con tu mamá, a sacar ropa -muy limpia- del closet y ya no de la maleta y a ser otra vez la hija. De hecho, te dedicas a ser otra vez la hija y únicamente eso. No vas a ningun lado sin tus papás, para no gastarte el tiempo que por alguna razón sientes que les debes. Culpa, culpa, culpa... esa voz en tu cabeza siempre llega cuando estás por acá. Aunque no es sólo eso, al final de esos pocos días empiezas a sentir la nostalgia, las ganas de quedarte, sobre todo ahora que estas visitas tienen fecha de caducidad y sobre todo ahora que procuras ser tolerante, porque tienes miedo de dejar todo mal puesto, y porque no quieres irte sin que sepan quién eres, cómo eres, y sobre todo porque no quieres irte sin tú saber quiénes son, cómo son.
Invariablemente te vas. Te empiezan a picar los pies porque tu vida está allá, tu Androleja está allá, tu trabajo, tus gatos, tu libertad están allá. Tu ser no sólo la hija, sino Lola, Elsa, la Ingeniera, la que no necesita todo esto. Y sobre todo, la que quiere probarle a sus papás que no necesitas estar tan cerca para quererlos, que puedes hacer cosas sola y que estás un poco cansada de lavar culpas, aunque ellos ni siquiera sepan que esas culpas existen y aunque aún desde allá, lejos (aunque no tanto), las sigues lavando.
Xalapa sigue ahí: lindísima, húmeda, con cosas que hacer y lugares a dónde ir. Un poco idealizada y también un poquito olvidada; de donde eres y de donde nunca has sido realmente. Te hace sentir bien venir, te hace saber que aquí puedes estar, aunque no puedas.
Comentarios
me gusto tu blog, date una vuelta por el mio
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