bLANk

Julieta tuvo gatitos hace como un mes, y los cabrones no me quieren. Son lindísimos, dos negros (niños) y una valiente gata pintita. Andan por todo el departamento en actitud exploratoria y desmadrosa. Juegan, se pelean, se corretean, se suben a todo y enseñan sus pequeñísimas garras a la menor provocación. Eso si, en cuanto me ven venir, corren -qué digo corren- huyen despavoridos. Me temen.
Está bien, prefiero que no se acostumbren a mí. Ya están demasiado acostumbrados a todo lo mío, creo, y les va a costar un trabajo horrible adaptarse a sus nuevos hogares.
No se, me da un poco de miedo sacarlos de aquí. La pobre de Julieta los va a extrañar y me va a odiar cuando se los quite. Pero definitivamente yo no puedo tenerlos. Y tampoco quiero. Sale caro, son muchos pelos y la casa huele a gato. Me gusta mi Julieta y con ella me basta.
Ahorita llevo horas viéndolos jugar. Descubrieron la ventana y -oh- el sol que entra por ella. No lo pueden creer. Es super chido ver la astucia, el instinto juguetero y cómo prefieren -a diferencia de la gente- pasar por encima de un librero que rodearlo, así les cueste muchísmo treparlo.
Supongo que yo también los extrañaré cuando se vayan, lo único bueno es que ya no me distraeré horas viéndolos, en vez de hacer lo que tengo que hacer.

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