Yo no sé tener miedo en París. Es decir, he tenido mucho miedo en París, pero ese miedo no cuenta, porque es de ese  que sólo tiene que ver conmigo misma. El otro, el miedo al exterior o a los otros, nunca lo he sentido aquí. Aquí me siento segura y libre: voy a donde quiero y a todas partes puedo llegar sin problemas. No me importa perderme porque tengo la seguridad de que siempre habrá un transporte que me lleve y si tengo que caminar no me preocupo porque sé que habrá banquetas, semáforos, iluminación, y gente, siempre más gente caminando y yendo a algún lugar. Nadie me mira, nadie me “chulea”, nadie me sigue para asaltarme o hacerme algo. Y si lo hacen… si me hicieran algo, siento que podría  acercarme a la policía y levantar una denuncia, y siento que algo pasaría, que habría una respuesta, que me sentiría protegida. No sé si la realidad sea tan ideal como la imagino, seguramente no lo es porque hablo desde mi lugar privilegiado y mi suerte por no haber tenido ninguna mala experiencia… pero “siento que así es” y eso de alguna manera importa. Por lo menos a mi, que vengo de un país donde ese sentimiento es imposible.
El viernes 13 de noviembre estábamos en la casa, cenando y celebrando “la víspera de mi cumpleaños” cuando nos enteramos de los atentados. Leía los tweets y no podía entender la magnitud de lo que pasaba. Veía la dirección de los lugares donde sucedían las cosas, y sabía perfectamente dónde eran pues muchos están prácticamente a la vuelta de mi casa: *he caminado mil veces por ahí* *una vez nos comimos un kebab enfrente* *hace poco me senté a llorar en una banca justo a la vuelta* *ahí es donde tocó Calle 13 y no alcanzamos boletos*. Prendimos la tele y la apagamos horas después, leímos los periódicos y sitios de noticias franceses, gringos, mexicanos, ingleses… seguimos todos los TT. Pasé toda la noche trantando de dormir, viendo Twitter y contestando mensajes que llegaban de México preguntando si estábamos bien, seguidos de felicitaciones de cumpleaños sentidas y preocupadas.
Al día siguiente no sabíamos qué hacer. Era mi cumpleaños. Teníamos boletos para un concierto (of all things) que sabíamos que sería cancelado, aunque no teníamos todavía la confirmación. Después de haber leído tantas noticias y tweets yo tenía la sensación de que afuera todo estaría desierto y de que correríamos peligro. Pero igual salimos… porque ese miedo a correr peligro no encajaba mucho con lo que sentíamos. Porque a final de cuentas “es París, ¿no?” y aquí no sabemos tener miedo. Salimos y efectivamente París era París: había gente en la calle, en los cafés, en las terrazas… todo parecía normal aunque había algunas anormalidades, mucha menos gente y muchos negocios cerrados, como si fuera domingo, pocas personas en el transporte. Fuimos a muchos lugares sin saber muy bien a dónde dirigirnos. Comimos por ahí, en una terraza donde había más gente sentada, como siempre en París, aun cuando llovía y hacía frío. Vimos algunos militares armados en ciertos lugares públicos, y me revisaron la bolsa al entrar a una tienda de ropa.
Salir y ver esa normalidad relativa, y ver la forma en que los parisinos han asumido la realidad en los días siguientes a los ataques, me ha hecho sentir -de nuevo y como muy seguido- la fuerza de la nación francesa. Y no lo digo grandilocuentemente, lo digo literalmente porque realmente creo que Francia, o más bien los franceses, son una nación fuerte y resiliente. A pesar de sus desigualdades, a pesar de su población marginada (que no es poca), y los muchos problemas que pueda tener, Francia es un país que no es frágil, que no vive una guerra en su suelo, que tiene instituciones que funcionan y que está unido, a pesar de todo, en torno a una serie de valores en los que la gente realmente cree. Una de las cosas que he aprendido de Francia es que cuando el Estado existe y funciona (aun con todos los defectos que pueda tener), transmite a la población una sensación de continuidad y de estabilidad que no se rompe fácilmente. Es por eso que la reacción de muchos, además de la conmoción y la tristeza, es salir a la calle, mostrar solidaridad y desafiar el miedo: “même pas peur” (sin miedo) es uno de los lemas que han surgido y otro es “Je suis en terrasse” invitando a la gente a salir a cenar y sentarse en las terrazas de los restaurantes. La gente confía en que eso, conmoverse, ser solidario y no tener miedo, será suficientey que todo lo demás quedará intacto.
Sí, ya sé que hoy Francia bombardeó Siria y también sé que su fortaleza se ha construído en gran parte gracias a la opresión de y la guerra con otros pueblos. Ya sé que hay muchos franceses que culpan a los refugiados y muchos que odian a los musulmanes. Sé que hay un millón de tragedias que ocurren en el mundo y que el día previo a los ataques en París hubo un atentado en Beirut. Además mi punto de vista es totalmente marginal: tengo pocos amigos parisinos, no me ha tocado consolar a nadie y nadie cercano a mi sufrió directamente una pérdida o estuvo en el lugar de los ataques, así que dudo que lo que describo atrape el verdadero sentir de la ciudad. Pero escribo sobre esto porque estoy aquí y escribir me sirve a entender lo que siento y lo que veo en este momento y a mi alrededor. Me obligo a escribir además y después de dos días de no saber qué decir ni qué opinar, porque no quiero dejar que mi condición de “ajena” a este país, a esta ciudad y a sus habitantes me impida relacionarme con lo que pasa aquí.

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