12. Instrucciones para decir que no
No sé decir no. No sé decir que no quiero hacer algo, o que no quiero ir a algún lugar o que ya no pienso seguir en algo. Por miedo, o por pura soberbia tal vez, ¿por no caer mal? ¿Por dejar de ser dispuesta y complaciente? ¡Dios!
No es que siempre lo haga, pero muchas veces me embauco en cosas de las que no estoy totalmente convencida sólo porque no sé cómo safarme. Le doy vueltas, balbuceo excusas flojas y al final cedo. A tal punto cedo que me autoconvenzo de que en realidad sí quiero hacerlo o de que no estaría probar algo nuevo (o continuar algo, o hacer algo por alguien, o X). También es verdad que no nunca hago nada que me parezca aberrante, pero sí me he visto en situaciones absurdas y nada triviales de las que pude haber escapado si hubiera a) reconocido y aceptado mi sentimiento de no querer algo y b) atrevido a decirlo. Sin excusas, sin disculpas, sin sentirme mal por eso.
Hoy, sin embargo, abandoné algo que traía dándome vueltas en la cabeza porque en realidad no estaba convencida de querer hacer, pero que me daba mucha pena dejar porque pensaba en el compromiso que había hecho al entrarle en primer lugar.
El decir que ya no quería hacerlo fue más fácil de lo que pensaba y no necesité hacerme en excusas y pretextos. Dije que lo había decidido y punto. Nadie respingó (lo cual me hace pensar en que tal vez NO soy el centro del universo), no fue un acto revelador ni particularmente transformador, no implicó una experiencia de vida ni me quitó el peso del mundo. Fue un acto normal de la vida cotidiana que vendría bien ser practicado más frecuentemente, por pura salud mental.
No es que siempre lo haga, pero muchas veces me embauco en cosas de las que no estoy totalmente convencida sólo porque no sé cómo safarme. Le doy vueltas, balbuceo excusas flojas y al final cedo. A tal punto cedo que me autoconvenzo de que en realidad sí quiero hacerlo o de que no estaría probar algo nuevo (o continuar algo, o hacer algo por alguien, o X). También es verdad que no nunca hago nada que me parezca aberrante, pero sí me he visto en situaciones absurdas y nada triviales de las que pude haber escapado si hubiera a) reconocido y aceptado mi sentimiento de no querer algo y b) atrevido a decirlo. Sin excusas, sin disculpas, sin sentirme mal por eso.
Hoy, sin embargo, abandoné algo que traía dándome vueltas en la cabeza porque en realidad no estaba convencida de querer hacer, pero que me daba mucha pena dejar porque pensaba en el compromiso que había hecho al entrarle en primer lugar.
El decir que ya no quería hacerlo fue más fácil de lo que pensaba y no necesité hacerme en excusas y pretextos. Dije que lo había decidido y punto. Nadie respingó (lo cual me hace pensar en que tal vez NO soy el centro del universo), no fue un acto revelador ni particularmente transformador, no implicó una experiencia de vida ni me quitó el peso del mundo. Fue un acto normal de la vida cotidiana que vendría bien ser practicado más frecuentemente, por pura salud mental.
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